………. Aprendí que el dulce sonido de cada sonrisa regalada

 

 

Laia

………. Aprendí que el dulce sonido de cada sonrisa regalada, el calor humano de cada abrazo robado y el poder de cada mirada agradecida son la recompensa más valiosa

Durante mi colaboración como voluntaria en el Centro Psiquiátrico Sagrado Corazón (Quito, Ecuador) del 27 de Junio – 2 de Octubre desarrollé la tarea de terapista física en las áreas de psiquiatría mujeres y cuidados paliativos.

Al principio fue una mezcla de ilusión y miedo. Ilusión por poder ayudar haciendo lo que más me gusta en el mundo y miedo por no creerme capaz. A la vez, me sorprendió la calidez con la que me recibieron tanto mis compañeros, como las hermanas, como cada uno de los trabajadores del hospital. Su cariño y confianza me hicieron sentir parte de su gran familia.

A veces los recursos son un poco más limitados pero lo compensan con la calidez humana con la que tratan a cada paciente y trabajador, esa humanidad que es tan difícil de encontrar en los países más desarrollados. Por otra parte, en mi tiempo libre (fines de semana), tuve la oportunidad de viajar y conocer Ecuador, un país lleno de potencial y belleza natural.

«Te llevarás mucho más de lo que dejarás.»

Estas fueron las palabras que me dijeron antes de empezar esta experiencia inolvidable y que hasta día de hoy, a pocas horas de volver a casa, no pude comprender con exactitud.

Durante el transcurso de estos 3 meses cómo voluntaria viví, aprendí y sentí cosas que hasta ahora la vida nunca me dio. Aprendí que el dulce sonido de cada sonrisa regalada, el calor humano de cada abrazo robado y el poder de cada mirada agradecida son la recompensa más valiosa; que las ganas de vivir son el impulso más fuerte para un luchador; que la felicidad se esconde en los pequeños momentos y que sólo debemos estar atentos para valorarlos. Aprendí que no existen personas con discapacidades, sino con capacidades diferentes, que debemos aprender a valorar. Que desgraciadamente el mundo en el que vivimos muchas veces es cruel y hay que regalarle humanidad. Aprendí que no hay batallas perdidas siempre que hayan sido luchadas. Y todo eso lo aprendí del ejército de guerreros y guerreras con los que tuve la suerte de cruzarme en esta etapa tan importante de mi vida.

Me entregué, di todo lo que estaba en mis manos para poder ayudar y mejorar la calidad de vida de todos y cada uno de los pacientes que atendí. Dediqué mi tiempo, con ilusión y ganas. Y aun así, siento que he recibido mucho más de lo que he podido dar. Ellos, que aparentemente no tienen nada más que lo que son, te entregan un pedacito de ellos y de su corazón sin intención alguna de ser recompensados. Ellos son el mejor regalo, el mejor agradecimiento y el motivo principal por el cuál esta experiencia ha marcado un antes y un después en el transcurso de mis días. Y eso es lo que intentaré transmitir en mi día a día, con la gente que me rodea, intentando construir un mundo mejor. Se lo debo.

Finalmente, solo tengo palabras de agradecimiento para todas y cada una de las personas que formaron parte de esta experiencia; des de los pacientes y sus familiares, hasta las hermanas que me acogieron con los brazos abiertos, pasando por cada uno de los trabajadores que hacen posible la atención integral y personalizada de cada persona que ingresa en el hospital; dando no sólo atención profesional sino poniendo todo su corazón y empeño. Gracias a todos por darme tanto, pidiendo tan poco.

Laia