Esta experiencia me ha enseñado que el único propósito que tenemos en la vida es vivirla siendo felices. Y que para ser feliz tenemos que madurar mucho: ver que en el mundo no solo vives tú, que la felicidad no es una casa, no es el dinero, no es la ropa o los lugares que has visto. No es conseguir el mejor trabajo ni tampoco se trata de compararse, criticar o lograr más que la persona que tenemos al lado.
Ser feliz lo elegimos nosotros, y lo podemos ser con muy poco: conociéndonos, viéndonos desde fuera, viendo lo apasionante que puede ser la vida si decidimos sonreírle en cada paso que damos en el ahora, el presente, y no en las ilusiones viviendo en lo que haré, el futuro.
Pero creo que también es importante considerar que si agradecemos en vez de juzgar, si abrazamos en vez de señalar, si perdonamos en vez de acusar o si comprendemos en vez de criticar descubriremos el verdadero placer de vivir junto a las personas y no con o contra ellas.
Durante este mes, la pobreza me ha enseñado a valorar lo que tengo; la gente me ha
ayudado a querer y a ser agradecido. Las hermanas me han enseñado que una persona es capaz de entregar su vida a Dios y a vivir por y para las personas necesitadas. Los niños me han enseñado que cada uno es diferente, y por eso hay que tratarlos de forma diferente, dándole la ayuda que necesitan, partiendo de las diferentes necesidades de cada uno. Dar de comer a un niño con parálisis cerebral durante una hora me ha enseñado a ser paciente, a respetar los tiempos y a saber entender a una persona que no puede hablar, pero que con su mirada y sus gestos te decía cuando tenías que esperar y cuando tenías que acercarle la cuchara a la boca o cuando tenía sed.
La superiora Elisabeth me demostró qué es trabajar con entrega, con ilusión, con pasión o como ella decía, a trabajar con el corazón, donde la razón de tus actos no es el dinero sino tu propia voluntad de trabajar haciéndolo lo mejor que lo sabes hacer.
La hermana Martina me enseñó la diferencia entre pobreza y miseria cuando caminábamos al lado de las casas construidas al lado de un basurero gigantesco en medio de la ciudad (ahí entiendes porque la esperanza de vida es de 56 años, y las principales razones de muerte sea la tuberculosis, hepatitis o infecciones). Uno ve el hambre y la desesperación cuando diez personas vendiendo pescado en la calle se empujaban entre ellos para que les compraras. Pero también ves la alegría que refleja una ciudad llena de niños jugando felices en las calles con palos y piedras entre ellos.
Sientes la humildad de una persona que te agradece enseñarle a escribir su nombre.
Sientes el cariño de los niños cuando juegas y les haces reír con un balón o unos palos.
He sentido el cariño, el aprecio y el agradecimiento de personas no les debo nada.
Sientes, sientes y sientes… he sentido la vida misma, he sentido una gratitud humana que no había sentido antes.
Todo esto es lo que me ha enseñado África, una experiencia que siempre recordaré como el mes que me enseñó que el ser humano elige ser feliz viviendo con lo que tiene,
porque se adapta, porque sabe olvidar y luchar. Vuelvo con más energía, con muchas ganas de vivir pero también sintiendo la tristeza de haber vivido las consecuencias del capitalismo: el hambre y la pobreza que occidente sabe que existe, pero que nadie puede cambiar y por eso, a nadie le importa.
Francisco